Visitante, bienvenido seáis. Ante vuestros ojos se alza Bokerovania, recortada contra las eternas nubes y enfrentada a un mar que no conoce la calma.
Recorred sus calles y avenidas, sus edificios, sentid el frío que guarda tras su muro helado y el calor que se esconde en algún que otro lugar.
Dejad vuestra huella en la nieve grisácea que cubre el empedrado, vuestras manos marcadas en la escarcha de los cristales, dejad marca en esta ciudad.
Pero recordadlo, sois visitante, Bokerovania se puede observar, incluso sentir, pero no podéis permanecer aquí. Sólo hay un habitante en Bokerovania, y jamás habrá más de uno.

Y sobre todo, entrad sin miedo, a pesar de lo que podáis ver...

lunes, diciembre 06, 2004

Lo que pasa en mi mente

En la mente de cada persona hay una montaña, enorme, una cumbre de pensamientos. Emerge, más allá de las nubes, tan alto que la luz se hace insoportable en su cima. Las nubes de lo que vemos se arremolinan a su alrededor, mezclándose con las perpetuas nubes de lo más alto. En varios puntos, la montaña deja un hueco lo suficientemente ancho como para vivir, más cercano o más lejano de la cumbre, un pequeño templo, que cada uno elige.
La base de la montaña se hunde en la profunda ciénaga de oscuridad que es la locura, tan insondable y densa como un mar de brea o de negra y sólida piedra. Allí se retuercen los pensamientos más oscuros, los que lanzamos ladera abajo, o caen por el peso de su propia perversión, y se hunden lentamente, hasta quedar ocultos para nosotros.
Yo solía habitar en una pequeña cornisa, casi al pie de la montaña, donde aún hay suficiente calor como para que crezca vegetación. El verde de las hojas, los colores de los frutos, los aromas de las flores me acompañaban. Contemplaba la cima, sabiendo que algún día alguien me obligaría a subir, a lo más alto de la Cordura, la estéril realidad, pero disfrutando los instantes en la cálida ladera. A poca distancia, además, estaba la superficie de mi propia locura. Y de vez en cuando tiraba cubos de metal para extraer algunos de los terribles pensamientos, y usarlos. Ah, me agradaba tanto pescar en mi oscura locura cosas terribles que asustaban a los demás.
Pero algo ocurrió, y cada segundo la cornisa se estrecha. No tengo escapatoria ya, y pocos metros de cornisa quedan para mí. Minuto a minuto, me acerco al borde del abismo, y no puedo pararlo, y creo que tampoco quiero pararlo. Y llegará un momento en el que esté justo en el borde, y pueda ver mi imagen reflejada contra el negro alquitrán. Entonces cometeré la mayor locura de todas, tan desesperada que un salto al vacío se consideraría seguro.
Podría fallar, y entonces caería sin remedio en ese negro pozo, pero ya no me importaría, pues si fallo, tanto me daría morir.
Y podría conseguirlo, y alcanzar lo que más deseo en este Mundo, y entonces despertaré, porque conseguir eso no puede ocurrir fuera de las Tierras de Morfeo. Pero al menos habrá sido un bello sueño.

miércoles, diciembre 01, 2004

Cuando se lava el cielo

Hoy ha llovido, en toda España, creo, menos en Canarias. Bueno, en Canarias sí, pero allí lo que llovieron fueron plagas bíblicas, no lágrimas de ángel.

Aquí, en Bokerovania, la lluvia se descargó con especial ímpetu. Llenó los caminos oscuros, convirtiéndolos en fugaces pantanos, impidiendo a las moles de acero y gasolina recorrer los senderos que una vez atravesaron la Ciudad. Una cortina de gotas nublaba la vista, impidiendo ver absolutamente nada.

Pero entonces paró de llover. Y el Cielo, limpio al fin, decidió, no sé por qué, disponer su mejor cara a sus fieles, a aquellos que seguimos mirando las nubes. Esperando ¿quizás? ver el rostro de los que se fueron y no volverán, o del sabio Creador, o saber lo que ocurre en tierras lejanas, o simplemente disfrutar con el espectáculo. Y así fue esta mañana.

Las gigantescas nubes grises se alejaban, lentas y pesadas, como enormes cúpulas de catedrales celestiales. Pero en los bordes, bruscamente, el gris daba paso al blanco, y el blanco, al dorado del Sol. La piedra, trasmutada en algodón, que se deshilachaba contra el azul del cielo, un azul tan pálido y brillante. Así debería ser el alma de los diamantes, de ese azul.

Y como todos sus fieles, al mirar la tenue arquitectura de vapor, recé la única plegaria que conocen las nubes: sonreí.

La Legión del Espacio
La Legión del Espacio