Hoy ha llovido, en toda España, creo, menos en Canarias. Bueno, en Canarias sí, pero allí lo que llovieron fueron plagas bíblicas, no lágrimas de ángel.
Aquí, en Bokerovania, la lluvia se descargó con especial ímpetu. Llenó los caminos oscuros, convirtiéndolos en fugaces pantanos, impidiendo a las moles de acero y gasolina recorrer los senderos que una vez atravesaron la Ciudad. Una cortina de gotas nublaba la vista, impidiendo ver absolutamente nada.
Pero entonces paró de llover. Y el Cielo, limpio al fin, decidió, no sé por qué, disponer su mejor cara a sus fieles, a aquellos que seguimos mirando las nubes. Esperando ¿quizás? ver el rostro de los que se fueron y no volverán, o del sabio Creador, o saber lo que ocurre en tierras lejanas, o simplemente disfrutar con el espectáculo. Y así fue esta mañana.
Las gigantescas nubes grises se alejaban, lentas y pesadas, como enormes cúpulas de catedrales celestiales. Pero en los bordes, bruscamente, el gris daba paso al blanco, y el blanco, al dorado del Sol. La piedra, trasmutada en algodón, que se deshilachaba contra el azul del cielo, un azul tan pálido y brillante. Así debería ser el alma de los diamantes, de ese azul.
Y como todos sus fieles, al mirar la tenue arquitectura de vapor, recé la única plegaria que conocen las nubes: sonreí.
miércoles, diciembre 01, 2004
Cuando se lava el cielo
Escribió estas palabras
Vlad_Temper
en la noche del
miércoles, diciembre 01, 2004
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