Visitante, bienvenido seáis. Ante vuestros ojos se alza Bokerovania, recortada contra las eternas nubes y enfrentada a un mar que no conoce la calma.
Recorred sus calles y avenidas, sus edificios, sentid el frío que guarda tras su muro helado y el calor que se esconde en algún que otro lugar.
Dejad vuestra huella en la nieve grisácea que cubre el empedrado, vuestras manos marcadas en la escarcha de los cristales, dejad marca en esta ciudad.
Pero recordadlo, sois visitante, Bokerovania se puede observar, incluso sentir, pero no podéis permanecer aquí. Sólo hay un habitante en Bokerovania, y jamás habrá más de uno.

Y sobre todo, entrad sin miedo, a pesar de lo que podáis ver...

domingo, agosto 07, 2005

Soledad

Se encontraba ya curado de sus heridas el Sol Gris. Las mil flechas que recibía antes de poder desenvainar si quiera su lápiz lo habían dejado postrado y dolorido. Pero con una sonrisa, como Guerrero de Batallas Perdidas que es, se levantó, y se dirigió, sabiéndose perdedor, de nuevo a Bokerovania.

Allí pasó el Tiempo como un fugitivo, sin alterar apenas nada de la ciudad, porque lo que está muerto apenas varía. Cuando un día el Sol Gris recibió una visita. Era la Tristeza, que con una melancólica sonrisa en sus labios, retornaba a él, como siempre hacía. Acarició las cicatrices del Sol Gris, haciendo que volvieran a doler, pero trayendo un paradójico alivio. Y acabaron en el lecho, ella llenando de besos helados el pecho de él, hasta que el alba comenzó, tiñendo de oro las eternas nubes sobre Bokerovania.

Se levantó el Sol Gris, y se dirigió al exterior, justo al lado de la esfera rota del reloj, para contemplar el amanecer. Cuando vio en los límites de su helada muralla una figura. La Curiosidad, desde su escondrijo tras los ojos, hizo al Sol Gris dirigirse al interior, al enorme telescopio dorado que, oculto tras el cristal del reloj, le permitía observar su reino. Y allí en la frontera enfocó el telescopio, para ver una figura femenina.

Una simple manta marrón la rodeaba por completo, dejando sólo a la vista un rostro curtido y oscurecido por los días vagando en los desiertos. Bajo su capa, algo vibraba con la voz de los demonios de las arenas. El puro desamparo se reflejaba en aquellos ojos de noche estrellada. Era la Soledad.

No atravesó las puertas. El Sol Gris sabía que las murallas no podían detenerla, es más, facilitaban su presencia. Pero ignoró Bokerovania, dio media vuelta, y se alejó sin prisas de allí. No consintió la Soledad pisar Bokerovania, de tan solitaria que era aquella ciudad.

Y una vez más el Sol Gris se perdió en los brazos de la Tristeza.

lunes, junio 27, 2005

Mil...

Mil flechas cayeron sobre su pecho, atravesando su armadura, antes de que pudiera empuñar su lápiz.

El guerrero seguirá luchando, porque no sabe hacer otra cosa.

viernes, junio 24, 2005

Quiero...

-Quiero dibujarla.
"Quiero contemplarla durante horas sin máscara alguna, dejar que mis ojos se sinceren al fin y en ellos se pueda ver que ella es lo único que existe ya para mí.
"Quiero memorizar cada rasgo, cada gesto y cada pequeña sombra de su cara, hasta que con los ojos cerrados pueda reproducirla de manera perfecta, hasta que parezca que su alma se ha copiado en mi cerebro.
"Quiero acariciarla con la vista al menos, con toda la insolencia y el atrevimiento que le faltan a mis manos.
"Quiero recorrer con mi dedo de grafito su carne de papel, arañando aquí, acariciando allá, hasta que no quede un milímetro de piel de celulosa sin mi huella grabada.
"Quiero terminar, mirar el dibujo, y saber que lo que allí se representa es ella, es su alma encarcelada, y que ha sido obra mía.
"Quiero dibujarla porque así la tendré, al menos de algún modo."




Y el Guerrero de las Batallas Perdidas desenvainó un lápiz.

martes, junio 14, 2005

El Guerrero de las Batallas Perdidas

Lucha tus batallas perdidas
pues nada tienes que perder
pues a veces es más importante luchar que vencer
porque algunas batallas perdidas pueden ganarse
pero no olvides nunca
dejar de pelear cuando la batalla termine.

En el pecho del Guerrero de las Batallas Perdidas arden estas palabras, grabadas a fuego cuando tomó el título.

El Guerrero de las Batallas Perdidas se levanta de la cama de su amante, la Tristeza. Ella lo mira, a la vez rencorosa por saber dónde se dirige, tranquila por saber cómo terminará la batalla y comprensiva por lo que el Guerrero siente. Él la mira por última vez, última lágrima fantasmal que no aparece en su rostro pero sí en su alma.
Luego toma la armadura de hielo que ella le regaló, coraza fría que rodea su corazón y su rostro, y los salvan, al menos, de las saetas de fuego que son las miradas de burla y reprobación. Alza su estandarte, con el Sol Gris sobre un campo mitad dorado y mitad negro. Y parte de nuevo a la batalla, una batalla que sabe perdida, pero que aún así peleará.
Muchos piensan que es valiente, al dirigirse a la batalla aún sabiendo que de ella sólo saldrá dolor, una nueva cicatriz quizás, vergüenza y pena.
Pero él sabe que el dolor es sólo eso, dolor, que no tiene más poder. Ha sentido dolor antes, lo sentirá después, es parte de la vida.
Colecciona cicatrices, una más tanto le da.
Tanta vergüenza y bochorno ha pasado que nada podrá hacerle sentir más ridículo.
Y pena, bueno, él es amante de la Tristeza.
No es valiente el Guerrero de las Batallas Perdidas.
De hecho, mientras se dirige hacia la batalla, el guerrero piensa si no será un cobarde, que no se atreve a ir a una batalla que pueda vencer. ¿Y si perdiera una batalla que podía ganar? ¿Acaso no sería más vergonzoso saberse culpable de su propia derrota?
Pero pronto esos pensamientos vuelan fuera de su cabeza, pues en sus ojos ve el campo de batalla teñido de sangre, y siente el acero llamando a su mano para empuñarlo de nuevo. Y así se dirige, a combatir en una batalla que ya ha perdido, tan honesto y valiente como sea capaz. No le importa que sólo pueda conseguir un botín de cicatrices; que termine volviendo a brazos de su amante para lamerse las heridas.
Él es el Guerrero de las Batallas Perdidas, y otra más luchará. Quién sabe, quizás un día gane una batalla perdida. O más extraño aún, vaya a una batalla que pueda vencer.
Pero hoy no.

miércoles, junio 08, 2005

Últimas noticias desde Bokerovania

El Mercader vagó por las calles de Bokerovania, siguiendo la voz del viento, y buscando al Sol Gris.
Cuando finalmente lo encontró, estaba en un pequeño apartamento, tan alejado de todo y de todos como podía estarlo. Excepto por la Tristeza, que allí estaba de nuevo, amándolo hasta que sus lágrimas se mezclaban en un sólo río.
El Mercader se dirigió al Alquimista Negro y le ofreció, una vez más, como hizo antaño, su oscuro trato: "Pide lo que quieras Señor Oscuro, aquel que como Cuentacuentos escuchó mi historia del Viento y me dio forma en su ciudad. Te será concedido, y a cambio sólo tendrás que darme tu dolor, tu pena, tu sufrimiento. Todo aquello que ya no deseas. Véndeme una vez más tus sentimientos, como hiciste entonces."
Pero el Sol Gris le contestó: "Estos sentimientos no son sólo míos, lo sabes. No puedo vendértelos. Y aunque pudiera, no lo haría. Déjame sentir el dolor, déjame amar a la Tristeza, permite que sienta que sigo vivo aunque sea a través de los puñales que se clavan en mi alma.
El Mercader insistió: "Olvido, eso traigo para ti. Olvido puro, deshidratado, listo para tomar. Olvida que tu propia estupidez te hizo ganarte el desprecio de quien ahora anhelas. Olvida que el dolor que sientes es consecuencia de aquello que tú mismo forjaste en otra persona. ¡Derrite el hielo que rodea Bokerovania y vuelve a vivir más allá de tu ciudad helada y de tu querida Tristeza!"
Y el Alquimista Negro le respondió: "No tengo el poder de derretir el glaciar, ni deseo hacerlo. Prefiero estar aquí, con mi querida Tristeza en mi ciudad helada a permitir que otra llama se acerque lo suficiente como para dejar una nueva cicatriz en mi corazón. Y ahora vete, desaparece, y déjame amar a la Tristeza."
El Mercader se marchó, y se fundió con las tinieblas. Y el Sol Gris, el Señor Oscuro, el Alquimista Negro, permaneció en brazos de la Tristeza a la espera de que su alma cicatrizara y de nuevo el sol saliera en sus dominios.

jueves, junio 02, 2005

Sucedió un día

Aquel día, el Sol Gris, el Alquimista Negro, el señor de Bokerovania vió más allá de los confines de su ciudad una luz brillante y hermosa. Atraído por ella desplegó sus alas de oscuridad viscosa y cambiante, y desde la Torre del Reloj alzó el vuelo ocultando al Luna.
Pero cada cosa tiene un sitio, y el Juez de Todas Las Cosas no podía permitir que el Sol Gris saliera de Bokerovania. Así que del cielo cayó un rayo que atravesó el corazón lleno de cicatrices del Sol Gris, disolviendo sus alas, y haciéndole caer. Un reguero de fantasmas de lágrimas y gritos muertos y mudos acompañó al Señor Oscuro en su caída, perdiéndose en una zona de tinieblas cercana a la Avenida Carmesí. Sobre Bokerovania, las nubes volvieron como antiguamente habían cubierto la Ciudad.
Bokerovania se ha quedado sin señor. Nadie sabe su paradero. Algunos piensan que murió, y que el fin de Bokerovania está próximo. Otros creen que la Tristeza lo recogió y ahora ambos están escondidos, amándose noche y día.
Lo único cierto es que una figura del pasado, algo que trajo el viento a oídos del Cuentacuentos y cobró forma física para atormentar al Alquimista Negro, ha atravesado las murallas de Bokerovania antes de que estas se volvieran a alzar tomando forma de glaciar. Ahora nada puede salir de Bokerovania, y nada entrar. Y quien está dentro es el Mercader.

lunes, mayo 30, 2005

Ya lo descubrí

No encuentro a quien busco porque quien busco no existe y si existiera no me prestaría atención.

jueves, mayo 26, 2005

Esto es Bokerovania

Cruza la muralla derruida, y atraviesa las empedradas calles de Bokerovania. Será Invierno, porque aquí siempre es Invierno, y el vaho saldrá de tu boca para unirse a las volutas de humo azulado que emergen de las alcantarillas como exhalaciones de los demonios del frío. Recorre las avenidas iluminadas por la débil luz de las retorcidas lámparas de hierro colado con cabellos de gas y llamas, observando las sombras de ojos brillantes que se mueven fugaces y peligrosas a tu alrededor.
No te acerques a los callejones oscuros, pues quizás encuentres alguna pesadilla, una depravación, una degeneración de la mente humana o el enorme, seboso y repugnante insecto que es el Miedo. Aunque quizás quieras encontrarlos, y te adentres por la Avenida Carmesí, donde más afilados son los filos que reflejan la Luna. Locales de crueldad y dolor, perversión del placer. Ríos de excrementos y sangre fluyendo lentos y espesos hacia las bocas de alcantarilla que de semejante néctar se alimentan.
O a lo mejor tienes suerte, y encuentras un remanso de calor en aquella ciudad bajo la tiranía del hielo interior. Estarás en la Avenida Ambarina, donde se venden sonrisas cazadas y aromas robados de contrabando; donde el incienso se quema con paciente belleza tras cristales multicolores; allí donde vive el Cuentacuentos con su capa de plumas, el mercenario del lápiz siempre tras la inspiración, el buscador de miradas que aún no ha encontrado ninguna. Allí donde se aloja todo aquello que brilla en sepia, el sabor añejo de las fotografías pasadas, los instrumentos de navegación que fueron dorados y aquello que la gente desprecia por ser pequeño e insignificante.
No te alarme encontrar piedras talladas con formas inquietantes, o manchas de sacrificios. Antaño la Ciudad se alzaba donde ahora está Bokerovania, y su terrible recuerdo permanece escondido tan sólo bajo la arena de la playa.
Pero lo más probable es que te pierdas en el laberinto de Calles Grises, cada una igual que la anterior, cubiertas todas de escarcha y bajo una telaraña de niebla. A tu alrededor podrás ver bares donde músicos fracasados cantan a un amor cínico que en realidad a nadie le importa, bajo el humo del tabaco y entre miradas furtivas.
Lo que no encontrarás jamás es la presencia de ningún ser humano, ¿o acaso pensabas que podían ser personas lo que te espiaban desde un refugio de tinieblas, en lugar de sombras; o creías en serio que el Cuentacuentos y el Cazador de Sonrisas pueden vivir fuera de la imaginación? No, nadie encontrarás en Bokerovania, pues es la ciudad vacía, tan solitaria que ni la misma Soledad se digna en pisarla.
Al final llegarás a la Torre del Reloj, centro de la ciudad, donde habita su morador: el Sol Gris, el Siervo de la Oscuridad, el Amante de la Tristeza, el Alquimista Negro. Cuentan las leyendas que en su interior hay un rubí que brilla como el sol. Pero cuando te acerques a la Torre, descubrirás que no podrás entrar. Las puertas de la Torre están congeladas, y tan espeso y afilado es el muro de hielo que las rodea que ni la más ardiente hoguera permanecerá encendida en su presencia.
Y si alzas la vista, puede que, entre las gárgolas grotescas y las púas de acero de la Torre, al lado del reloj de esfera quebrada, recortado contra la luz de la Luna, lo veas a él. Pero el Alquimista Negro no te verá, porque seguirá oteando el horizonte, esperando a aquella que podrá derretir al fin las puertas de la Torre, su Piedra Filosofal.
Hasta que llegue ese momento, bienvenido o bienvenida, seas lo que seas, a esta escarchada villa de tinieblas.

viernes, mayo 13, 2005

Tratamiento de heridas del alma

El tema que no nos enseñaron en la facultad

La etiología de las heridas del alma es muy diversa: cualquier agente lesivo anímico puede causarlas en mayor o menor medida, y depende mucho de la ideosincracia del paciente. Pero podemos afirmar que el desamor y la traición son las causas más frecuentes.

La herida del alma será tratada como una herida especial, y como tal no debe suturarse, pues es lugar de asiento de gérmenes de odio, obsesión o apatía.

En lugar de ello, es preciso tratar con comprensión vía tópica o intravenosa mientras el tejido de granulación de la superación asciende. La duración de este proceso es variable de un sujeto a otro, pero sin duda se reduce con el tratamiento.

Es necesario conocer que las heridas del alma pueden muy fácilmente sangrar lágrimas de segunda, tercera, cuarta intención o incluso más. Pero no debe intentarse detener el sangrado, sino colocar un hombro de drenaje hasta que cese espontáneamente.

Por último, son heridas que a menudo finalizan como cicatrices hipertróficas de desconfianza y recelo, que sólo pueden repararse con cirugía emocional mayor. Además, tienden a volver a abrirse ante un segudo contacto con el agente lesivo.

domingo, mayo 08, 2005

La Piedra Filosofal

La Piedra Filosofal no es mineral. No es una roca extraña, un metal precioso, un trozo de piedra irisado o un rubí en bruto. La Piedra Filosofal no es una sustancia, no es líquido, ni alcohol, ni gas.

Para fabricar la Piedra Filosofal hace falta sublimar carparrosa azul con la fuerza de una noche de tormenta, y mezclarla con miel y mermelada de fresa. Hay que conseguir destilar un rayo del amanecer, y añadir unas gotas a la fórmula antes de dejarla reposar.
También hay que añadirle polvo de compasión, aceite de amabilidad y un juego completo de perlas blancas.
Por último hay que añadir limadura de mármol rosa.

La Piedra Filosofal no es un objeto, es una persona, es una mujer. Lo sé, la he visto, la he conocido. He cazado su sonrisa, he buscado su mirada sin encontrarla, he robado su aroma y todavía intento volverlo a robar.

La Piedra Filosofal no transforma el plomo en oro, pero a su alrededor todo parece dorado y más valioso. Da la importancia que se merece a aquello que no parece tenerla. Hace de las cosas más tenues algo más valioso que el oro.
La Piedra Filosofal no da la vida eterna, pero verla hace que la ames tanto, que tu amor te conduce a una eternidad más bella y duradera que la melancólica no-vida del vampiro.

Yo vi a la Piedra Filosofal, desgraciadamente sólo estaba en mi mente. Pero áun hoy sigo buscándola sin reposo.

La gente piensa que los Alqumistas buscamos la Piedra Filosofal por el oro y la vida eterna. Se equivocan. La buscamos porque la hemos visto en sueños y desde entonces la amamos.

martes, abril 26, 2005

De un náufrago a otra

He visto tu cara antes. Muchas veces, siempre en situaciones parecidas, siempre en el mismo lugar. Nos hemos cruzado, como se cruzan cientos de extraños que, al ser siempre los mismos, acaban encontrando familiares los rostros ajenos a su vida. Me he fijado en ti, la verdad, quizás porque también tú te convertiste en una desconocida familiar para mí; quizás porque te pareces a alguien que conocí; quizás por pura casualidad. No lo sé yo.
Y hoy, una vez más, te vi. Pero no nos cruzamos, simplemente estábamos en el mismo lugar. Solo que tú y yo estábamos a un paso eterno de distancia, que medía cientos de años luz. Ambos en planetas solitarios y yermos, única vida inteligente de pequeños satélites en constelaciones no descubiertas. Náufragos estelares perdidos en islas que no aparecen en ningún mapa. Encerrados tras muros de sólida timidez que nadie excepto nosotros hemos puesto ahí.
Te he mirado un par de veces, lo suficiente para descubrir que tú también estabas paradójicamente sola, rodeados ambos de gente.No te conozco en realidad, ni tu nombre conozco, y dudo que lleguemos a conocernos nunca. Seremos eternos extraños, aunque por mi parte ya eres una más de entre los desconocidos habituales que veo a diario. Pero al menos, en aquel momento, cada uno en su isla, fuimos de algún modo iguales. Y solo por eso, aún sabiendo que leyendo esto no sabrás realmente si se refiere a ti, si lo escribí yo, te digo lo que la distancia imaginaria no me permitió en aquel momento: “Hola”.

jueves, febrero 24, 2005

Estaciones

Nací al frío, y frío soy. No me importa que el viento helado acaricie mi piel pues un bosque de hielo desgarra mis entrañas. Yo soy el Frío del Invierno, que viaja en la gris luz del sol apagado y los atardeceres tempranos. La melancolía, lo llaman, ese sentimiento de fría humedad que se cuela entre las articulaciones del cuerpo y la mente hasta inundar toda el alma con su laxitud y su quieto llorar interior. Es el sentimiento del Invierno solitario, de las habitaciones vacías y las luces apagadas, donde puñales de escarcha atraviesan las costillas. Es en Invierno cuando soy quien soy: la Melancolía, el Frío, El Que Espera en falsa calma, con toda la paciencia de la nevada constante, y la seguridad del hielo polar de saber que no deberá pelear por extinguir la pequeña llama de esperanza, que su sola presencia hace que merme, poco a poco, hasta que tan sólo queda Oscuridad. Soy un siervo de la Oscuridad.

La Legión del Espacio
La Legión del Espacio